A nivel mundial, el volumen de desperdicio alimentario estimado por la FAO es de 1.600 millones de toneladas al año. Esto supone una huella de carbono de 3.300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero expresadas como CO₂ equivalente (CO₂e), aproximadamente unas 30-35 veces la emisiones de gases de todo el parque móvil español en un año.
En términos de huella hídrica, el volumen de agua anual utilizado en la producción de alimentos de origen agrícola que se pierde o desperdicia es de 250 km³, lo que equivale a tres veces el caudal anual medio del río Nilo o a 13 veces el caudal anual medio del río Ebro.
El despilfarro varía a lo largo de las etapas de ciclo de vida de los alimentos. En la etapa de consumo la cantidad de alimentos desperdiciada supone un 22 % del total, pero el volumen de emisiones de CO₂ que genera no es lineal. Se produce un efecto multiplicador, de forma que representa un 37 % de emisiones en relación al resto de etapas de la cadena de valor.
Esta diferencia se produce por un efecto acumulativo. Esto quiere decir que cuando despilfarramos en la etapa de consumo se incluye el efecto directo (por ejemplo, la energía al cocinar), pero también los efectos indirectos tanto en etapas previas (por ejemplo, la energía en la producción, almacenado, procesado y distribución) como en etapas posteriores (gestión final de los residuos).
Un informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente del 2021, situaba el desperdicio promedio en los hogares en 74 kg/persona/año. España presenta un valor superior a esa media mundial anual (77 kg/persona/año), en el rango elevado de los países europeos. La región del mundo con mejor comportamiento es Sudamérica, con valores medios de 70 kg/persona/año.
Consejos para reducir el desperdicio en casa
El despilfarro alimentario es un asunto que atañe a todos los actores involucrados en la cadena de valor: productores, distribuidores, vendedores, cocineros y consumidores. A continuación, se señalan algunos consejos para reducir el despilfarro alimentario en los hogares siguiendo los principios que nuestras abuelas han aplicado con sensatez desde siempre:
- Adaptar el consumo a lo que realmente necesitamos. Para ello, realizar la tarea de la compra en varios días de la semana permite planificar mejor las necesidades y, paralelamente, reducir el almacenamiento y la probabilidad de “olvidar” alimentos en la nevera y despensa.
- Cocinar nuestra propia comida. Además de ser más saludable, no cabe duda de que permite adecuar las porciones y, si se producen sobras, se puede recurrir a recetas que todas las gastronomías poseen para su reutilización.
- Adoptar la dieta tradicional de nuestra zona geográfica seguro que es más saludable y, sobre todo, sostenible al considerar productos de temporada y proximidad.